Empezamos la segunda mitad del año y los voy a hacer viajar más de 2000 años hacia atrás. El tema que vamos a empezar a estudiar es fascinante: el teatro griego. Yo sé que todos lo relacionan con obras trágicas, con las que creen que no tienen nada que ver. Pero cuando lean Antígona, se van a asombrar al sentir que muchos de los planteos que se hace la protagonista o que le cuestionan a ella se parecen tanto a lo que nos pasa hoy en día.
La maravilla del teatro griego es justamente hacer conectar a cualquier ser humano, de cualquier época o lugar con sentimientos que nos identifican, nos hacen justamente humanos. Pero para empezar, necesitamos saber cómo nació el teatro griego, cómo llegó a nosotros y de qué manera dejó sus huellas en el teatro moderno.
En este texto, extraido del prólogo de la edición de Antígona, de Editorial Cántaro, tienen un excelente resumen de lo charlado en clase. Espero que les sirva y, a partir de la lectura de Antígona, nacerán muchos ensayos con ideas muy creativas que les inspirará la obra. Sé que ven esto como un ideal, pero en dos meses, me cuentan...
Teatro griego
El mito
La mitología griega es uno de los universos más vastos y
estructurados de toda la humanidad en su búsqueda de una interpretación de la
realidad.
Los primeros mitos se inventaron para explicar los misterios
de la naturaleza y los orígenes de los pueblos. Los posteriores, trataron de
penetrar la conducta humana.
Los poetas trágicos son los que le dan forma definitiva a
los mitos de los héroes ya que el mundo del mito constituye el material de la
tragedia.
El público griego acudía entusiasmado al teatro en el siglo
V a. C. para aplaudir las variantes de la armazón formal del mito o las nuevas
interpretaciones que le conferían los autores trágicos, ya que no lo
consideraban un modelo fijo, sino el germen de reelaboraciones y evoluciones. Un
ciudadano ateniense que concurriera a presenciar una tragedia sabía de antemano
la trama y disfrutaba de las innovaciones.
La Tragedia
La tragedia griega alcanza su máximo esplendor en el siglo
V, el siglo de Pericles, que se caracterizó por un increíble desarrollo de las
artes y de las letras.
La tragedia griega presenta familias en conflicto por
generaciones, porque con la sangre se hereda un destino, una maldición o una
responsabilidad. Desde esta perspectiva, la sociedad es presentada no en un
equilibrio estático, sino en una situación límite, en un proceso de continua
construcción y ajuste de la relación entre los individuos y las instituciones
de su cultura. En esta situación límite, la tensión se da entre la rigidez de
las normas que impone la sociedad y la flexibilidad que debe permitir a los
individuos. Esta tensión se construye sobre la base de un sistema de
polaridades, de oposiciones que luchan entre sí y ponen en riesgo la seguridad
del hombre fundada en el orden social: la inversión de roles sexuales, la
alteración de relaciones familiares, la perversión de los ritos, la ambigüedad
del uso de la lengua (que, en vez de comunicar, engaña) convergen en una
inestabilidad en búsqueda constante del equilibrio y la armonía.
Origen de la tragedia
El origen de la tragedia griega no ha podido ser precisado
con exactitud. Sin embargo se sostiene con fuerza la hipótesis de que surgió de
ritos religiosos relacionados con el ciclo de la naturaleza, un ciclo continuo
de muerte y renacimiento esencial para el hombre: sin la renovación de las
estaciones, el ser humano no podría sobrevivir.
Dionisios es el dios griego del teatro. Se supone que el
ritual dionisíaco del cual habría nacido la tragedia, representaba el ciclo de
la Naturaleza como una lucha entre dos años, el viejo y el nuevo. En esa lucha
ocurre un desastre que frecuentemente consiste en un descuartizamiento. La
tragedia nació, pues, en las fiestas dionisíacas, que se celebraban en recuerdo
de la muerte y resurrección del dios Dionisios, pero las manifestaciones
trágicas más antiguas no han llegado hasta nosotros. Sólo conservamos obras de
la época de mayor madurez teatral como las de Esquilo, Sófocles y Eurípides.
Características de la tragedia
Estructura:
En el origen el núcleo consistía en un canto coral largo, el ditirambo, que se
separó en partes llamadas estrofas y antiestrofas durante las cuales se
avanzaba y retrocedía. Según Aristóteles, la tragedia consta de tres partes:
Prólogo, Episodios y Éxodo. Los episodios variaban, podían ser tres o cuatro.
Entre las partes, interviene el coro, cuya participación está ligada al
desarrollo de la trama y puede ser considerado un personaje más. El orden era
de este modo:
PRÓLOGO, PARODOS,
PRIMER EPISODIO, PRIMER ESTÁSIMO,
SEGUNDO
EPISODIO, SEGUNDO ESTÁSIMO,
TERCER EPISODIO, TERCER ESTÁSIMO,
ÉXODO.
El
coro: era el verdadero protagonista de la tragedia inicial. Posteriormente la
función del coro cambia, se convierte en un comentador de lo que sucede y, a
veces dialoga con los personajes para amonestar, alabar, advertir o formular
consideraciones de valor general de gran belleza lírica algunas. La entrada del
coro se llama párodo (entrar en un lugar). Luego, estaban los estásimos
(permanecer en un lugar) que es la totalidad de las intervenciones del coro y,
por último, el éxodo, la despedida. El coro estaba constituido por un número
variable de ancianos, mujeres o niños, generalmente ancianos, sobre todo en
Sófocles porque representaban la sabiduría del pueblo, la experiencia y, a
veces, la voz de la conciencia, por lo cual se necesitaba cierta dignidad. En
ocasiones, interviene el corifeo, el solista que actuaba en representación de
todos.
Función:
Según Aristóteles en su Poética la tragedia es una imitación de
acciones que debe producir temor y piedad o compasión en el espectador para
lograr la expurgación de las pasiones o catarsis. Es decir, debe modificar el
ánimo del espectador de modo que éste sienta compasión por la situación trágica
que vive el héroe y tema que a él pueda sucederle lo mismo. Por lo tanto, la
tragedia debe imitar hechos y acciones humanas reales y estas acciones deben
estar a cargo de personajes en acción. Los hechos no deben presentarse tal como
fueron, sino como lógicamente deberían ser. El héroe trágico debe
resistir el más insoportable de los sufrimientos con elevación, porque la
claudicación implicaría perder la calidad trágica.
La purificación de las pasiones quiere decir que, una vez
que la razón se ha sobre puesto a las emociones, depurándolas, el espectador
experimenta una suerte de higiene del alma que le permite aprehender la
significación moral de la tragedia.
Héroes y dioses
La tragedia tiene como tema permanente el castigo de las
culpas humanas y éstas son concebidas como pecados. El acto pecaminoso es la
soberbia o exceso (hybris) que lleva al hombre a cometer actos no
permitidos por el destino, en la creencia de que puede realizarlos sin recibir
el castigo de la justicia. En efecto, todo hombre, al nacer, recibe su porción
de existencia o destino (moira) de acuerdo con la cual debe vivir.
Todo intento de hacer algo que no esté en su moira realizar es obrar contra el
destino. Pero, como el hombre ignora su suerte, no puede prever el pecado hasta
que lo realiza de una manera irremediable, en medio de una ceguera, propiciada,
en ocasiones, por los mismos dioses. El pecado es, por consiguiente, fruto de
la inmoderación del hombre; en otras oportunidades, resulta del conflicto entre
la pasión arrebatada y la razón moderadora; a veces, el hombre es advertido de
que puede pecar, pero arrastrado por su soberbia más allá de lo lícito, no hace
caso de las advertencias de los dioses; finalmente, el hombre puede ser
inocente y ser arrastrado al pecado por dioses que quieren castigar, en él,
pecados de sus antepasados. (...)
La acción trágica se
caracteriza por la existencia de la peripecia. Aristóteles la define como
la "inversión de las cosas en sentido contrario"; con esto quiere
decir que un rasgo de la tragedia es el cambio de suerte, de destino, de ideas,
de fortuna del protagonista o héroe trágico. (...) Quienes determinan la
inversión de los sucesos son los dioses o, de manera más absoluta, el destino.
Y la razón por la cual el pensamiento o los actos del héroe son invertidos en
su perjuicio es que éstos han sido pensados o realizados contra el destino.
Finalmente, esta inversión tiene el carácter de un castigo. Como los actos o el
pensamiento de un héroe constituyen una violación del orden establecido, la
desgracia que recae sobre sus hechos y sobre su persona es concebida como el
castigo por su impiedad.
(...) En este sentido, el primer efecto es la identificación
del espectador con el héroe, que el poeta robustece asignándole una suma de
virtudes, especialmente la de salvador o benefactor de la ciudad. Por esto,
Aristóteles señala que el héroe no debe ser rematadamente perverso ni
excelente, ya que el castigo del primero no causa impresión por lo merecido, en
tanto que la peripecia del segundo provoca compasión y no, sentimiento de
justicia. Psicológicamente, pues, el héroe debe ser vulnerable: debe haber en
él una disposición al error
[1] Sófocles, Antígona,
Buenos Aires, Cántaro, 1995. Páginas 12, 13, 14, 15.
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